El retorno de Trump a la Casa Blanca está trayendo turbulencias a la economía mundial que obligan a seguir hablando de guerras comerciales, aranceles, proteccionismo y libre comercio.
El 2 de abril el presidente de Estados Unidos hizo el teatral anuncio del “Día de la Liberación” económica de Estados Unidos. “Nos cobran, les cobramos. ¿Cómo puede alguien molestarse?”, dijo. Y en los diez días transcurridos desde entonces ha hecho tambalear los cimientos del orden económico que comenzó a levantarse tras la Segunda Guerra Mundial, basado en el libre comercio y la competencia.
Trump ha aplicado esta medida extrema con el argumento de que, así, estará aplicando un mismo trato a sus socios comerciales. La cuestión es que lo que él llama aranceles recíprocos es, en realidad, un intento de acabar con el déficit comercial estadounidense.
De hecho, el porcentaje de aranceles se ha calculado dividiendo el déficit comercial de EE. UU. con un país o región determinado entre el monto de las importaciones a EE. UU. desde ese mismo país o región en 2024. Así, a mayor proporción de déficit, mayor arancel. Y si no hay déficit, entonces el arancel es de un 10 %.
Lo que para el nuevo gobierno estadounidense es una prueba de agresión comercial, no es más que un fenómeno económico complejo –el equilibrio de la balanza comercial entre países– que depende de diversos factores: el coste de la mano de obra, los costes de fabricación, la oferta y la demanda de productos nacionales o importados en cada uno de los países e, incluso, su estructura tributaria.
El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Si miramos atrás, vemos que la aplicación de aranceles afecta a los consumidores, las empresas y las economías nacionales no solo de los países a los que se les aplican, sino también de los países que los promueven.
Durante décadas, la globalización y el libre comercio construyó un sistema económico interconectado en el que, por ejemplo, una fábrica de Estados Unidos puede que funcione con maquinaria que compra en Alemania. Así, aunque la producción sea local, los aranceles impuestos por Trump a las importaciones procedentes de la UE (en principio del 20 %) acabarán alterando –al alza– la estructura de costes de la fábrica, afectarán a su competitividad y pondrán en riesgo los puestos de trabajo que genera.
Trump se tiene por un negociador duro, capaz de conseguir de su contrincante las mejores condiciones posibles, y ya al día siguiente del anuncio se mostró dispuesto a reducir los aranceles a cambio de concesiones “fenomenales” para las empresas estadounidenses.
Según un modelo de simulación desarrollado por los profesores Juan de Lucio (Universidad de Alcalá) y Francisco Requena (Universitat de València), la aplicación de los aranceles reduciría en un tercio las cifras de comercio exterior en Estados Unidos y la renta real per cápita caería cerca del 1 %. Aunque la medida logre su cometido de aumentar (solo ligeramente) la producción nacional, la renta cae por la subida de precios.
A partir del día siguiente del “Día de la Liberación” los mercados han ido viviendo sucesivas jornadas de caídas que se vieron relativamente controladas el miércoles 9 de abril: a las 00.00 horas habían entrado en vigor los aranceles recíprocos y al final de la tarde Trump tuvo que salir a calmar a los mercados con el anuncio de una pausa de 90 días en su aplicación (salvo para las importaciones chinas).
Esas caídas reflejan la incertidumbre y el temor a una desaceleración económica global.